Nairo, ojalá no ganes

Foto: El Espectador

Colombia es algo más que una camiseta tricolor que se viste cuando juega la selección (así sea un partido amistoso contra Jordania), más que paisajes, comida, esmeraldas y bellas mujeres (patético reconocimiento de la mujer como objeto). Hoy, cuando cruces la meta, enfundado en esa camiseta roja que te reconoce como el ganado de La Vuelta a España, estaré triste.

No será una tristeza rencorosa ni vengativa, será el dolor de saber lo que vendrá para ti, Nairo Alexander Quintana. Cada palabra, cada silencio, cada gesto, cada mirada, cada vez que seas un humano normal, serán mil veces interpretadas, malinterpretadas y manipuladas (más aún en los actuales momentos de polarización).

Vendrán las peticiones para que llenes el vacío del poder representado en la ineptitud del político que no llega a servir sino a ver cómo se llena los bolsillos. Te pedirán que construyas acueductos, escuelas, centros de salud, universidades, centros de entrenamiento y hasta la segunda calzada del –aún sin terminar- túnel de La Línea; exigirán que opines sobre el escándalo de turno (tan típico de una clase dirigente tan inepta como corrupta), el sexo de los ángeles o la Teoría de las Cuerdas. Porque así somos los colombianos con nuestros ídolos: los exaltamos hasta el hastío para, luego -en un acto de expiación-, devorarlos hasta que aparezca otro a quien agradecerle por ser tan nuestro.

Muchos te reprobarán que te esfuerzas con coraje y disciplina en cada carrera, cuando existen atajos más fáciles. Esa es la vergonzosa mutación ética de la cultura del narcotraficante: burlar la ley, comprarla y prostituirla para hacer alarde de eso, despreciar a quien sólo sabe que mediante la constancia y la planificación llegan los resultados, reprochar las excusas de quien reconoce que ha fallado o que existen mejores personas que uno.

Confieso que siento envidia al ver cómo asumes la derrota, sin justificaciones ni culpar a los demás; tampoco soporto ver cómo te levantas y asumes cada carrera como un nuevo reto, dejando atrás el pasado y construyendo el presente donde debe ser: día tras día.

Ojalá no ganes para que esta manada de hienas, cuyo apetito espera la caída para acabar a dentelladas con esa esperanza y ejemplo que estás dándole a las nuevas generaciones de niños que (como yo, cuando veía a Lucho Herrera, Fabio Parra, Oliverio Rincón o Álvaro Mejía) han aprendido que los resultados llegan con disciplina, esfuerzo y dedicación. Esas mismas hienas, saben que volverán a la mediocridad de sus rutinas, a compararse con los demás para hallar una migaja que los haga sentirse superiores a los demás, justificando su mediocridad en un absurdo complot que siempre truncará sus sueños (moldeados por una sociedad que aplaude al criminal y al tramposo) y en la absurda resignación de quien se rinde sin haber estrenado la valentía.

Reconozco que la etapa final será el homenaje que te harán los demás ciclistas como campeón, amigos y compañeros que reconocerán tu grandeza (¡por dios, has ganado dos de las tres grandes y tu actuación más “mediocre” en el Tour de Francia fue un tercer puesto!). Apenas te bajes de podio iniciará la pesadilla: llamada del Presidente, expresidentes, gobernadores, alcaldes, concejales, obispos, militares, presidentes corporativos con dudosas ofertas publicitarias, divas y demás lagartos de nuestra fauna local. Todos querrán una camiseta, un saludo, una foto que luego será usada cons fines proselitistas o lo que puedan rapar de la gloria que tú has ganado montado en tu bicicleta. Cualquier muestra de cansancio o fatiga será malinterpretado como un gesto antipático y soberbio, pues los dioses no descansan ni desoyen a sus creyentes.

Lloraré, Nairo, porque has derrumbado esa idea que el servilismo es una virtud, me has demostrado que la adversidad es una maldición que debemos retar antes que aceptar y que no hay nada de malo en trabajar con disciplina, esfuerzo y planificación, fiel reflejo de lo que te enseñaron don Luis y doña Eloisa.